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ARQUITECTURA

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La década de los cuarenta fue la década de re-densificación de la capital, debido en gran medida al flujo migratorio del campo y al exilio europeo. Así mismo fue el momento en que la planificación urbana se volvió más relevante. La ciudad de México comenzó a salirse de los límites físicos en los que había quedado circunscrita durante las últimas tres décadas.
El crecimiento hacia el sur, con la colonización de los Jardines del Pedregal y la carretera hacia Acapulco como polo, significaron una nueva manera de actuar frente a un territorio entonces virgen. El conocimiento de este territorio y sus cualidades específicas abrió el camino de una arquitectura pensada a partir del sitio.
De la misma manera, cuando la ciudad de México se definía como sede paradigmática de la modernización latinoamericana, Ciudad Universitaria representó la culminación de décadas de lucha a favor de una nueva arquitectura. Denominada como el “teatro del experimento”, CU encarna el más grande laboratorio de la arquitectura mexicana del siglo XX, considerada incluso la cuna de una nueva cultura. Con cerca de 140 arquitectos diseñando los distintos proyectos bajo el plan maestro realizado por Mario Pani y Enrique del Moral, que incluía el trabajo de muralistas, ingenieros y escultores, el conjunto universitario logró condensar los ideales de una época y de un país.
Aún en el cenit de aquella modernidad existieron visiones contrastantes acerca de la pertinencia o éxito del propio concepto de lo moderno y de las formas que habrían de servir como estandarte.
Los años cincuenta se conocen como el periodo de la arquitectura heroica en México. Junto con la Época de Oro del cine (que comprendía la tercera industria más grande, marcada por películas como Los Olvidados de Luis Buñuel en 1950), la arquitectura de mediados del siglo XX representó el momento de mayor auge del país. Fue una época definida por la confianza en la tecnología, la fe en el progreso y la creación de la ciudad cosmopolita: aquella conformada por torres de oficinas, fábricas modernas, aeropuertos y multifamiliares. Entre 1940 y 1960, la capital triplicó su población y en los años cincuenta rebasó los límites de las demarcaciones políticas, extendiéndose hacia el estado de México. En 1948, el primer esbozo del proyecto de la Torre Latinoamericana planteó la posibilidad de introducir en el casco histórico un “símbolo de un presente ineludible.”
La ciudad de México se expandía –hacia el sur con los Jardines del Pedregal de Barragán y hacia el noroeste con la Ciudad Satélite de Pani- al mismo tiempo que las zonas céntricas se reordenaron.
Las Torres de Satélite de 1957 simbolizaron la construcción del México moderno en ebullición. Fueron la quintaesencia del hito como metáfora urbana mientras, sin saberlo, representaron el último eslabón de expansión racional de la ciudad hacia el norte.
Bajo el mandato del regente del Distrito Federal, Ernesto P. Uruchurtu –de 1952 a 1966-, se realizaron las principales obras de infraestructura, museos, parques y edificios de gobierno de la ciudad.
Fue también la época de la creación de mercados modernos, ejemplificados en el proyecto del mercado de la Merced (1956) de Enrique Del Moral.
El Instituto Politécnico Nacional en Zacatenco de Reinaldo Pérez Rayón (1963) representa la obra cumbre de la arquitectura de sistemas modulares que planteó la desaparición de aditamentos ornamentales a favor de una eficiencia y pureza constructiva.
Mientras el Museo de Arte Moderno se pensó como un pabellón de cristal, de forma orgánica para desenvolverse de manera imperceptible en medio del Bosque de Chapultepec, su gran vestíbulo interior conformado por un domo dorado del que se desprende una doble escalinata, exhibió, en oposición a su liviandad material, una majestuosidad más propia de un templo que de una pecera. El Museo de Antropología, al igual que los dos pabellones para las Ferias Mundiales, planteó la reinterpretación de elementos que van desde una celosía y una fuente, a la propia definición entre lo abierto y lo cerrado. El Museo de Antropología sintetizó con una naturalidad asombrosa las cualidades monumentales de la arquitectura prehispánica con el lenguaje moderno.
Las Olimpiadas del 68, con Pedro Ramírez Vázquez como Presidente del Comité Organizador, fueron un programa espectacular de comunicación y diseño. Su éxito radicó en expresar un rostro moderno así como en resolver problemas de orientación y circulación en una ciudad cada vez más extensa.
Este enfoque articulador o “identidad olímpica” quedó respaldado con el inicio de la construcción del metro como una nueva manera de organizar el territorio.
El gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), caracterizado por la crisis política, consolidó una arquitectura pensada como imagen de unidad.
El escenario que contabilizó la ruptura de visiones uniformes fue la Plaza de las Tres Culturas en la unidad habitacional Nonoalco-Tlatelolco (1964) para cien mil habitantes, proyectada por Mario Pani como el paradigma de la modernidad y marcada para siempre por la matanza de estudiantes en 1968.


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