1.
— ¿Y el Kutu? ¡Al Kutu le quieres, su cara de sapo te gusta! — ¡Déjame, niño Ernesto! Feo, pero soy buen laceador de vaquillas y hago temblar a los novillos de cada zurriago. Por eso Justina me quiere. La cholita se rió, mirando al Kutu; sus ojos chispeaban como dos luceros. — ¡Ay, Justinacha! — ¡Sonso, niño, sonso! —habló Gregoria, la cocinera.