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Érase una vez una descuidada cigarra, que vivía siempre al día y despreocupada, riendo y cantando, ajena por completo a los problemas del día a día. Disfrutaba de lo lindo la cigarra del verano, y reírse de su vecina la hormiga, que durante el período estival, en lugar de relajarse, trabajaba duro a cada rato, almacenando comida y yendo de un lado a otro. Poco a poco fue desapareciendo el calor, según se avecinaba el otoño y sus días frescos, y con él fueron desapareciendo también todos los bichitos que la primavera había traído al campo, y de los cuales se había alimentado la cigarra entre juego y juego. De pronto, la desdichada cigarra se encontró sin nada que comer, y cansada y desganada, comprendió su falta de previsión: ¿Podrías darme cobijo y algo de comer? – Dijo la cigarra dirigiéndose a la hormiga, recordando los enseres que esta última había recolectado durante el verano en su hormiguero. ¿Acaso no viste lo duro que trabajé mientras tú jugabas y cantabas? – Exclamó la hormiga ofendida, mientras señalaba a la cigarra que no había sitio para ella en su hormiguero. Y así, emprendió de nuevo el camino la cigarra en busca de un refugio donde pasar el invierno, lamentándose terriblemente por la actitud perezosa e infantil que había llevado en la vida.

Había una casa en medio de un inmenso campo, lejos de la urbanización, donde vivían una mujer y su marido. Este último partía a labrar el campo todas las noches, pues por la tarde siempre hacía un calor sofocante. Siempre, sobre la medianoche, se podía oír el labrar del hombre en la tierra... Una noche la pareja tuvo una gran discusión. Al llegar el hombre a casa después del trabajo, la mujer cortaba unas verduras para la comida. Él le pidió un vaso de agua para su resecada garganta; ésta se dispuso a dárselo, pero recordando la pelea anteriormente sucedida, a ésta se le cayó el cuchillo que empuñaba, con tan mala suerte, que le rebanó la mano a su marido. Este, al ver su brazo inundado en sangre, corrió al coche y se dispuso a ir al hospital más cercano, muy lejos de allí.....

Hércules (Heracles) hijo de Zeus y de Alcmena (una mortal) es el más famoso de los héroes griegos por su fuerza, coraje, resistencia, amabilidad, compasión, apetito y glotonería. Se le consideraba un protector de todo y se le invocaba en toda ocasión llamándolo "Alexikakos" (que significaba "el que aparta la desgracia"). Alcmena dio a luz dos mellizos, Hércules e Ificles. Anfitrión inquieto por saber cuál de los dos era su hijo, envió dos serpientes hacia los bebés, y cuando estaban cerca, Ificles tuvo mucho temor y quería huir, por otro lado Hércules no titubeó y tomando a las serpientes las estranguló. De esta manera se supo que era digno hijo de Zeus. Hera (esposa legítima de Zeus) odiaba a este nuevo hijo de Zeus, así que decidió eliminarlo enviando dos terribles dragones para que lo devoren, pero sin éxito, Hércules derrotó a ambos sin el menor miedo.......

Una de las leyendas más conocidas sobre este personaje de la cultura guatemalteca y además también es muy conocida en Aguadas, Caldas dice así: Una noche El Sombrerón caminaba en un barrio de La Antigua Guatemala cuando vio a una muchacha muy bella con pelo largo y se enamoró de ella. Buscó su casa y le llevó serenata una y otra noche, pero ella no le dijo nada a sus padres sobre él. Un día empezó a dejar de comer hasta el punto de que casi murió, y fue entonces cuando la madre se dio cuenta que era por El Sombrerón.

– ¡Mami!, ¡mami!. – Dijo gritando Saulis. – ¿Qué pasa nena?. – Contestó la mami de Saulis. – Hay dos hombres vigilando la casa. – Dijo Saulis. -¿Qué cosas dices Saulis?. – Respondió su mami. La mamá salió a ver que pasaba fuera, mientras Saulis estaba agitada e impresionada. – ¡Oh no! ¡Saulis corre!!. – Gritó su mamá. Saulis corriendo se escondió bajo su cama. La mamá pensó que Saulis mentía pero en realidad Saulis había visto los abogados de su padre, los cuales venían a buscar a la pequeña Saulis para que se fueran con ellos. Finalmente todo quedó en un susto y todos siguieron viviendo felices.

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