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En la estación de trenes nunca faltaba a su cita el señor Rafael. ¿A quién esperaría horas y horas mirando su enorme reloj dorado? Los niños del barrio siempre se reían del señor Rafael: ¡era tan extraño! Iba siempre vestido de punta en blanco, como si fuera a una boda, pero a una boda que hubiera tenido lugar hace muchos muchos años. Y es que el señor Rafael siempre llevaba un elegante sombrero de copa, unos bigotes puntiagudos y unas gafas redondas que le cubrían media cara.