La tortura es una aberración. Es salvaje e inhumana. No puede nunca justificarse. Es una práctica errónea y contraproducente que envenena el Estado de derecho, sustituyéndolo por el terror. Cuando los gobiernos permiten su uso, nadie está a salvo.
El fracaso político de los gobiernos es múltiple y lo alimenta un corrosivo estado de negación. Quienes ordenan o cometen actos de tortura suelen eludir la acción de la justicia. La tortura se inflige en su mayor parte impunemente, sin que se lleven a cabo investigaciones ni se procese a nadie.