¡Bien pensado! –dijo la reina.
- La llamaremos Rosamunda.
La princesa creció y creció, hasta que ya no cabía en la caravana.
Tuvieron que instalarla fuera, en una tienda de campaña.
- Ya va siendo hora de que te cases, Rosamunda –le dijo el rey cuando la
princesa cumplió dieciséis años.
- Sí papá, pero... –dijo la princesa.
- Yo me encargaré de ello –aseguró el rey.
Pero la princesa salió corriendo... -¡Conseguiré un príncipe rico a mi
manera! –exclamó la princesa Rosamunda. Al día siguiente, cogió
prestada la bicicleta de su padre y salió en busca del príncipe.
Rosamunda corrió muchas aventuras. Luchó con dragones, serpientes
gigantes y caballeros malvados. Rescató a varios príncipes bastante ricos,
pero no le gustaron y los rechazó. Hizo todo lo que puede hacer una
heroína, pero no encontró a su príncipe.
Cuando iba a emprender el camino de vuelta, se fijó en un cartel que
estaba clavado en un árbol y que decía: «Al castillo del príncipe
encantado».