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Odisea.

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(10)
Canto X, Eolo, los lestrigones, Circe.

203 Formé con mis compañeros de hermosas grebas dos secciones, a las que di sendos
capitanes; pues yo me puse al frente de una y el deiforme Euríloco mandaba la otra. Echamos
suertes en broncíneo yelmo y, como saliera la del magnánimo Euríloco, partió con veintidós
compañeros que lloraban, y nos dejaron a nosotros, que también sollozábamos. Dentro de un
valle y en lugar vistoso descubrieron el palacio de Circe, construido de piedra pulimentada. En
torno suyo encontrábanse lobos montaraces y leones, a los que Circe había encantado,
dándoles funestas drogas; pero estos animales no acometieron a mis hombres, sino que,
levantándose, fueron a halagarles con sus colas larguísimas. Bien así como los perros halagan
a su amo siempre que vuelve del festín, porque les trae algo que satisface su apetito; de esta
manera los lobos de uñas fuertes y los leones fueron a halagar a mis compañeros que se
asustaron de ver tan espantosos monstruos. En llegando a la mansión de la diosa de lindas
trenzas, detuviéronse en el vestíbulo y oyeron a Circe que con voz pulcra cantaba en el interior,
mientras labraba una tela grande divinal y tan fina, elegante y espléndida, como son las labores
de las diosas.
224 Y Polites, caudillo de hombres, que era para mi el mas caro y respetable de los compañeros, empezó a hablarles de esta manera:
226 —¡Oh amigos! En el interior está cantando hermosamente alguna diosa o mujer que
labra una gran tela, y hace resonar todo el pavimento. Llamémosla cuanto antes.
229 Así les dijo; y ellos la llamaron a voces. Circe se alzó en seguida, abrió la magnífica puerta, los llamó y siguiéronla todos imprudentemente, a excepción Euríloco, que se quedó
fuera por temor a algún daño.
233 Cuando los tuvo adentro, los hizo sentar en sillas y sillones, confeccionó un potaje de
queso, harina y miel fresca con vino de Pramnio, y echó en él drogas perniciosas para que los
míos olvidaran por entero la tierra patria.
237 Dióselo, bebieron, y, de contado, los tocó con una varita y los enserró en pocilgas. Y
tenían la cabeza, la voz, las cerdas y el cuerpo como los puercos, pero sus mientes quedaron
tan enteras como antes. Así fueron encerrados y todos lloraban; y Circe les echó, para comer,
fabucos, bellotas y el fruto del cornejo, que es lo que comen los puercos, que se echan en la
tierra.
244 Euríloco volvió sin dilación al ligero y negro bajel, para enterarnos de la aciaga suerte
que les había cabido a los compañeros. Mas no le era posible proferir una sola palabra, no
obstante su deseo, por tener el corazón sumido en grave dolor; los ojos se le llenaron de
lágrimas y su ánimo únicamente en sollozar pensaba. Todos le contemplábamos con asombro
y le hacíamos preguntas, hasta que por fin nos contó la pérdida de los demás compañeros.
251 —Nos alejamos por el encinar como mandaste, preclaro Odiseo, y dentro de un valle y el lugar vistoso descubrimos un hermoso palacio, hecho de piedra pulimentada. Allí. alguna diosa o mujer cantaba con voz sonora, labrando una gran tela. Llamáronla a voces. Alzóse en seguida, abrió la magnífica puerta, nos llamó, y siguiéronla todos imprudentemente; pero yo me quedé afuera, temiendo que hubiese algún engaño. Todos a una desaparecieron y ninguno ha vuelto a presentarse, aunque he permanecido acechándolos un buen rato.
261 Así dijo. Yo entonces, colgándome del hombro la grande broncínea espada, de clavazón de plata, y tomando el arco, le mandé que sin pérdida de tiempo me guiase por el camino que habían seguido. Mas él comenzó a suplicarme abrazando con entrambas manos mis rodillas; y entre lamentos decíame estas aladas palabras:
266 —¡Oh alumno de Zeus! No me lleves allá, mal de mi grado; déjame aquí; pues sé que no volverás ni traerás a ninguno de tus compañeros. Huyamos en seguida con los presentes, que aún nos podremos librar del día cruel.
270 Así me habló; y le contesté diciendo:
—¡Euríloco! Quédate tú en este lugar, a comer y a beber junto a la cóncava y negra
embarcación; mas yo iré, que la dura necesidad me lo manda.
274 Dicho esto, alejéme de la nave y del mar. Pero cuando, yendo por el sacro valle, estaba
a punto de llegar al gran palacio de Circe, la conocedora de muchas drogas, y ya enderezaba
mis pasos al mismo, salióme al encuentro Hermes, el de la áurea vara, en figura de un
mancebo barbiponiente y graciosísimo en la flor de la juventud. Y tomándome la mano, me
habló diciendo:
281 —¡Ah infeliz! ¿Adónde vas por esos altozanos, solo y sin conocer la comarca ? Tus
amigos han sido encerrados en el palacio de Circe, como puercos, y se hallan en pocilgas
sólidamente labradas. ¿Vienes quizá a libertarlos? Pues no creo que vuelvas, antes te
quedarás donde están ellos. Ea, quiero preservarte de todo mal, quiero salvarte; toma este
excelente remedio que apartará de tu cabeza el día cruel, y ve a la morada de Circe, cuyos
malos intentos ha de referirte íntegramente. Te preparará una mixtura y te echará drogas en el
manjar; mas, con todo eso, no podrá encantarte porque lo impedirá el excelente remedio que
vas a recibir. Te diré ahora lo que ocurrirá después. Cuando Circe te hiriere con su larguísima
vara, tira de la aguda espada que llevas cabe el muslo, y acométela como si desearas matarla.
Entonces, cobrándote algún temor te invitará a que yazgas con ella; tú no te niegues a
participar del lecho de la diosa, para que libre a tus amigos y te acoja benignamente, pero
hazle prestar el solemne juramento de los bienaventurados dioses de que no maquinará contra ti ningún otro funesto daño: no sea que, cuando te desnudes de las armas, te prive de tu valor y de tu fuerza.
302 Cuando así hubo dicho, el Argifontes me dio el remedio, arrancando de tierra una planta cuya naturaleza me enseñó. Tenía negra la raíz y era blanca como la leche su flor, llamándola moly los dioses, y es muy difícil de arrancar para un mortal; pero las deidades lo pueden todo.
307 Hermes se fue al vasto Olimpo, por entre la selvosa isla; y yo me encaminé a la morada
de Circe, revolviendo en mi corazón muchas trazas.
310 Llegado al palacio de la diosa de lindas trenzas, paréme en el umbral y empecé a dar
gritos; la deidad oyó mi voz y, alzándose al punto, abrió la magnífica puerta y me llamó, y yo,
con el corazón angustiado, me fui tras ella. Cuando me hubo introducido, hízome sentar en una
silla de argénteos clavos, hermosa, labrada, con un escabel para los pies; y en copa de oro
preparóme la mixtura para que bebiese, echando en la misma cierta droga y maquinando en su
mente cosas perversas. Mas, tan luego como me la dio y bebí, sin que lograra encantarme,
tocóme con la vara mientras me decía estas palabras:
320 —Ve ahora a la pocilga y échate con tus compañeros. Así habló. Desenvainé la aguda espada que llevaba cerca del muslo y arremetí contra Circe, como deseando matarla. Ella lanzó agudos gritos, se echó al suelo, me abrazó por las rodillas y me dirigió entre sollozos, estas aladas palabras:
325 —¿Quién eres y de qué país procedes? ¿Dónde se hallan tu ciudad y tus padres? Me
tiene suspensa que hayas bebido estas drogas sin quedar encantado, pues ningún otro pudo
resistirlas tan luego como las tomó y pasaron el cerco de sus dientes. Alienta en tu pecho un
ánimo indomable. Eres sin duda aquel Odiseo de multiforme ingenio, de quien me hablaba
siempre el Argifontes que lleva áurea vara, asegurándome que vendrías cuando volvieses de
Troya en la negra y velera nave. Mas, ea, envaina la espada y vámonos a la cama para que, unidos por el lecho y el amor, crezca entre nosotros la confianza.
336 Así se expresó; y le repliqué diciendo:
—¡Oh, Circe! ¿Cómo me pides que te sea benévolo, después que en este mismo palacio convertiste a mis compañeros en cerdos y ahora me detienes a mí, maquinas engaños y me ordenas que entre en tu habitación y suba a tu lecho a fin de privarme del valor y de la fuerza, apenas deje las armas? Yo no querría subir a la cama, si no te atrevieras, oh diosa, a prestar solemne juramento de que no maquinarás contra mí ningún otro pernicioso daño.
345 Así le dije. Juró al instante, como se lo mandaba. Y en seguida que hubo prestado el
juramento, subí al magnífico lecho de Circe.
348 Aderezaban el palacio cuatro siervas, que son las criadas de Circe y han nacido de las
fuentes, de los bosques, o de los sagrados ríos que corren hacia el mar. Ocupábase una en
cubrir los sillones con hermosos tapetes de púrpura, dejando a los pies un lienzo; colocaba otra
argénteas mesas delante de los asientos, poniendo encima canastillos de oro; mezclaba la
tercera el dulce y suave vino en una cratera de plata y lo distribuía en áureas copas, y la cuarta
traía agua y encendía un gran fuego debajo del trípode donde aquélla se calentaba. Y en
cuanto el agua hirvió dentro del reluciente bronce, llevóme a la bañera y allí me lavó,
echándome la deliciosa agua del gran trípode a la cabeza y a los hombros hasta quitarme de
los miembros la fatiga que roe el ánimo.
365 Después que me hubo lavado y ungido con pingüe aceite, vistióme un hermoso manto
y una túnica, y me condujo, para que me sentase, a una silla de argénteos clavos, hermosa,
labrada y provista de un escabel para los pies.
368 Una esclava diome aguamanos, que traía en magnífico jarro de oro y vertió en fuente
de plata y me puso delante una pulimentada mesa. La veneranda despensera trajo pan, y dejó
en la mesa buen número de manjares, obsequiándome con los que tenía guardados. Circe
invitóme a comer, pero no le plugo a mi ánimo y seguí quieto, pensando en otras cosas, pues
mi corazón presagiaba desgracias.
375 Cuando Circe notó que yo seguía quieto, sin echar mano a los manjares, y abrumado
por fuerte pesar, se vino a mi lado y me habló con estas aladas palabras:
378 —¿Por qué, Odiseo, permaneces así, como un mudo, y consumes tu ánimo, sin tocar
la comida ni la bebida? Sospechas que haya algún engaño y has de desechar todo temor, pues
ya te presté solemne juramento.
382 Así se expresó, y le repuse diciendo:
—¡Oh, Circe! ¿Qué hombre, que fuese razonable, osara probar la comida y la bebida antes de
libertar a los compañeros y contemplarlos con sus propios ojos? Si me invitas a beber y a
comer, suelta mis fieles amigos para que con mis ojos pueda verlos.
388 Así dije. Circe salió del palacio con la vara en la mano, abrió las puertas de la pocilga y
sacó a mis compañeros en figura de puercos de nueve años. Colocáronse delante y anduvo
por entre ellos, untándolos con una nueva droga: en el acto cayeron de los miembros las
cerdas que antes les hizo crecer la perniciosa droga suministrada por la veneranda Circe, y mis
amigos tornaron a ser hombres, pero más jóvenes aún y mucho más hermosos. Y más altos.
Conociéronme y uno por uno me estrecharon la mano. Alzóse entre todos un dulce llanto, la
casa resonaba fuertemente y la misma deidad hubo de apiadarse y deteniéndose junto a mí,
dijo de esta suerte la divina entre las diosas:
401 —¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Odiseo, fecundo en ardides! Ve ahora adonde tienes
la velera nave en la orilla del mar y ante todo sacadla a tierra firme; llevad a las grutas las
riquezas y los aparejos todos, y trae en seguida tus fieles compañeros.
406 Así habló, y mi ánimo generoso se dejó persuadir. Enderecé el camino a la velera nave
y a la orilla del mar, y hallé junto a aquélla a mis fieles compañeros, que se lamentaban
tristemente y derramaban abundantes lágrimas.
410 Así como las terneras que tienen su cuadra en el campo, saltan y van juntas al
encuentro de las gregales vacas que vuelven al aprisco hartas de hierba; y ya los cercados no
las detienen, sino que, mugiendo sin cesar, corren en torno de las madres: así aquellos, al
verme con sus propios ojos, me rodearon llorando, pues a su ánimo les produjo casi el mismo
efecto que si hubiesen llegado a su patria y a su ciudad, a la áspera Itaca donde se habían
criado y nacido.
418 Y sollozando, estas aladas palabras me decían:
—Tu vuelta, oh alumno de Zeus, nos alegra tanto como si hubiésemos llegado a Itaca, nuestra
patria tierra. Mas, ea, cuéntanos la pérdida de los demás.
422 Así hablaban. Entonces les dije con suaves palabras:
—Primeramente saquemos la nave a tierra firme y llevemos a las grutas nuestras riquezas y los
aparejos todos; y después daos prisa en seguirme juntos para que veáis cómo los amigos
beben y comen en la sagrada mansión de Circe, pues todo lo tienen en gran abundancia.
428 Así les hablé, y al instante obedecieron mi mandato. Euríloco fue el único que intentó
detener a los compañeros, diciéndoles estas aladas palabras:
431 —¡Ah, infelices! ¿Adónde vamos? ¿Por qué buscáis vuestro daño, yendo al palacio de
Circe, que a todos nos transformará en puercos, lobos o leones para que le guardemos, mal de
nuestro grado, su espaciosa mansión? Se repetirá lo que ocurrió con el Ciclope cuando los
nuestros llegaron a su cueva con el audaz Odiseo y perecieron por la loca temeridad de éste.
438 Así dijo. Yo revolvía en mi pensamiento desenvainar la espada de larga punta, que
llevaba a un lado del vigoroso muslo, y de un golpe echarle la cabeza al suelo, aunque Euríloco
era deudo mío muy cercano; pero me contuvieron los amigos, unos por un lado y otros por el
opuesto, diciéndome con dulces palabras:
443 —¡Alumno de Zeus! A éste lo dejaremos aquí, si tú lo mandas, y se quedará a guardar
la nave: pero a nosotros llévanos a la sagrada mansión de Circe.
446 Hablando así, alejáronse de la nave y del mar. Y Euríloco no se quedó cerca del
cóncavo bajel pues fue siguiéndonos, amedrentado por mi terrible amenaza.
449 En tanto Circe lavó cuidadosamente en su morada a los demás compañeros; los ungió
con pingüe aceite, les puso lanosos mantos y túnicas; y ya los hallamos celebrando alegre
banquete en el palacio. Después que se vieron los unos a los otros y contaron lo ocurrido,
comenzaron a sollozar y la casa resonaba en torno suyo. La divina entre las diosas se detuvo
entonces a mi lado y me habló de esta manera:
456 —¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Odiseo, fecundo en ardides! Ahora dad tregua al
copioso llanto: sé yo también cuántas fatigas habéis soportado en el ponto, abundante en
peces, y cuántos hombres enemigos os dañaron en la tierra. Mas, ea, comed viandas y bebed vino hasta que recobréis el ánimo que teniáis en el pecho cuando por primera vez dejasteis
vuestra patria, la escabrosa Itaca. Actualmente estáis flacos y desmayados, trayendo de
continuo a la memoria la peregrinación molesta, y no cabe en vuestro ánimo la alegría por lo
mucho que habéis padecido.
466 Así dijo, y nuestro ánimo generoso se dejó persuadir. Allí nos quedamos día tras día un
año entero y siempre tuvimos en los banquetes carne en abundancia y dulce vino.
469 Mas cuando se acabó el año y volvieron a sucederse las estaciones después de
transcurrir los meses y de pasar muchos días, llamáronme los fieles compañeros y me hablaron
de este modo:
472 —¡Ilustre! Acuérdate ya de la patria tierra, si el destino ha decretado que te salves y
llegues a tu casa, de alta techumbre, y a la patria tierra.
475 Así dijeron, y mi ánimo generoso se dejó persuadir. Y todo aquel día hasta la puesta
del sol estuvimos sentados, comiendo carne en abundancia y bebiendo dulce vino. Cuando el
sol se puso y sobrevino la obscuridad, acostáronse los compañeros en las obscuras salas.
480 Mas yo subí a la magnífica cama de Circe y empecé a suplicar a la deidad que oyó mi
voz y a la cual abracé las rodillas. Y, hablándole estas aladas palabras le decía:
483 —¡Oh, Circe! Cúmpleme la promesa que me hiciste de mandarme a mi casa. Ya mi
ánimo me incita a partir y también el de los compañeros, quienes apuran mi corazón,
rodeándome llorosos, cuando tu estás lejos.
487 Así hablé, y la divina entre las diosas contestóme acto seguido:
488 —¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Odiseo, fecundo en ardides! No os quedéis por más
tiempo en esta casa, mal de vuestro grado. Pero ante todas cosas habéis de emprender un
viaje a la morada de Hades y de la veneranda Perséfone, para consultar el alma del tebano
Tiresias, adivino ciego, cuyas mientes se conservan íntegras. A él tan sólo, después de muerto,
dióle Perséfone inteligencia y saber; pues los demás revolotean como sombras.
496 Así dijo. Sentí que se me partía el corazón y, sentado en el lecho, lloraba y no quería
vivir ni ver más la lumbre del sol. Pero cuando me harté de llorar y de dar vuelcos en la cama,
le, contesté con estas palabras:
501 —¡Oh, Circe! ¿Quién nos guiará en ese viaje, ya que ningún hombre ha llegado jamás
al Hades en negro navío?
503 Así le hablé. Respondióme en el acto la divina entre las diosas:
504 —¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Odiseo, fecundo en ardides! No te dé cuidado el
deseo de tener quien te guíe el negro bajel: iza el mástil, descoge las blancas velas y quédate
sentado, que el soplo del Bóreas conducirá la nave. Y cuando hayas atravesado el Océano y
llegues adonde hay una playa estrecha y bosques consagrados a Perséfone y elevados álamos y estériles sauces, detén la nave en el Océano, de profundos remolinos, y encamínate a la tenebrosa morada de Hades. Allí el Piriflegetón y el Cocito, que es un arroyo del agua de la
Estix, llevan sus aguas al Aqueronte; y hay una roca en el lugar donde confluyen aquellos
sonoros ríos.
516 Acercándote, pues, a este paraje, como te lo mando, oh héroe, abre un hoyo que tenga
un codo por cada lado; haz en torno suyo una libación a todos los muertos, primeramente con
aguamiel, luego con dulce vino y a la tercera vez con agua, y polvoréalo de blanca harina.
Eleva después muchas súplicas a las inanes cabezas de los muertos y vota que en llegando a
Itaca, les sacrificarás en el palacio una vaca no paridera, la mejor que haya, y llenarás la pira
de cosa excelente, en su obsequio; y también que a Tiresias le inmolarás aparte un carnero
completamente negro que descuelle entre vuestros rebaños. Así que hayas invocado con tus preces al ínclito pueblo de los difuntos, sacrifica un carnero y una oveja negra, volviendo el
rostro al Erebo, y apártate un poco hacia la corriente del río: allí acudirán muchas almas de los que murieron. Exhorta en seguida a los compañeros y mándales que desuellen las reses,
tomándolas del suelo donde yacerán degolladas por el cruel bronce, y las quemen prestamente, haciendo votos al poderoso Hades y a la veneranda Persefonea; y tú desenvaina la espada que llevas cabe al muslo, siéntate y no permitas que las inanes cabezas de los muertos se acerquen a la sangre hasta que hayas interrogado a Tiresias.
538 Pronto comparecerá el adivino, príncipe de hombres, y te dirá el camino que has de
seguir, cual será su duración y cómo podrás volver a la patria, atravesando el mar en peces
abundoso.
541 Así dijo, y al momento llegó Eos, de áureo trono. Circe me Vistió un manto y una túnica;
y se puso amplia vestidura blanca, fina y hermosa, ciñó el talle con lindo cinturón de oro y velo
su cabeza.

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En llegando a la mansión de la diosa de lindas trenzas, detuviéronse en el vestíbulo y oyeron a Circe que con voz pulcra cantaba en el interior, mientras labraba una tela grande divinal y tan fina, elegante y espléndida, como son las labores de las diosas. 224 Y Polites, caudillo de hombres, que era para mi el mas caro y respetable de los compañeros, empezó a hablarles de esta manera: 226 —¡Oh amigos! En el interior está cantando hermosamente alguna diosa o mujer que labra una gran tela, y hace resonar todo el pavimento. Llamémosla cuanto antes. 229 Así les dijo; y ellos la llamaron a voces. Circe se alzó en seguida, abrió la magnífica puerta, los llamó y siguiéronla todos imprudentemente, a excepción Euríloco, que se quedó fuera por temor a algún daño. 233 Cuando los tuvo adentro, los hizo sentar en sillas y sillones, confeccionó un potaje de queso, harina y miel fresca con vino de Pramnio, y echó en él drogas perniciosas para que los míos olvidaran por entero la tierra patria. 237 Dióselo, bebieron, y, de contado, los tocó con una varita y los enserró en pocilgas. Y tenían la cabeza, la voz, las cerdas y el cuerpo como los puercos, pero sus mientes quedaron tan enteras como antes. Así fueron encerrados y todos lloraban; y Circe les echó, para comer, fabucos, bellotas y el fruto del cornejo, que es lo que comen los puercos, que se echan en la tierra. 244 Euríloco volvió sin dilación al ligero y negro bajel, para enterarnos de la aciaga suerte que les había cabido a los compañeros. Mas no le era posible proferir una sola palabra, no obstante su deseo, por tener el corazón sumido en grave dolor; los ojos se le llenaron de lágrimas y su ánimo únicamente en sollozar pensaba. Todos le contemplábamos con asombro y le hacíamos preguntas, hasta que por fin nos contó la pérdida de los demás compañeros. 251 —Nos alejamos por el encinar como mandaste, preclaro Odiseo, y dentro de un valle y el lugar vistoso descubrimos un hermoso palacio, hecho de piedra pulimentada. Allí. alguna diosa o mujer cantaba con voz sonora, labrando una gran tela. Llamáronla a voces. Alzóse en seguida, abrió la magnífica puerta, nos llamó, y siguiéronla todos imprudentemente; pero yo me quedé afuera, temiendo que hubiese algún engaño. Todos a una desaparecieron y ninguno ha vuelto a presentarse, aunque he permanecido acechándolos un buen rato. 261 Así dijo. Yo entonces, colgándome del hombro la grande broncínea espada, de clavazón de plata, y tomando el arco, le mandé que sin pérdida de tiempo me guiase por el camino que habían seguido. Mas él comenzó a suplicarme abrazando con entrambas manos mis rodillas; y entre lamentos decíame estas aladas palabras: 266 —¡Oh alumno de Zeus! No me lleves allá, mal de mi grado; déjame aquí; pues sé que no volverás ni traerás a ninguno de tus compañeros. Huyamos en seguida con los presentes, que aún nos podremos librar del día cruel. 270 Así me habló; y le contesté diciendo: —¡Euríloco! Quédate tú en este lugar, a comer y a beber junto a la cóncava y negra embarcación; mas yo iré, que la dura necesidad me lo manda. 274 Dicho esto, alejéme de la nave y del mar. Pero cuando, yendo por el sacro valle, estaba a punto de llegar al gran palacio de Circe, la conocedora de muchas drogas, y ya enderezaba mis pasos al mismo, salióme al encuentro Hermes, el de la áurea vara, en figura de un mancebo barbiponiente y graciosísimo en la flor de la juventud. Y tomándome la mano, me habló diciendo: 281 —¡Ah infeliz! ¿Adónde vas por esos altozanos, solo y sin conocer la comarca ? Tus amigos han sido encerrados en el palacio de Circe, como puercos, y se hallan en pocilgas sólidamente labradas. ¿Vienes quizá a libertarlos? Pues no creo que vuelvas, antes te quedarás donde están ellos. Ea, quiero preservarte de todo mal, quiero salvarte; toma este excelente remedio que apartará de tu cabeza el día cruel, y ve a la morada de Circe, cuyos malos intentos ha de referirte íntegramente. Te preparará una mixtura y te echará drogas en el manjar; mas, con todo eso, no podrá encantarte porque lo impedirá el excelente remedio que vas a recibir. Te diré ahora lo que ocurrirá después. Cuando Circe te hiriere con su larguísima vara, tira de la aguda espada que llevas cabe el muslo, y acométela como si desearas matarla. Entonces, cobrándote algún temor te invitará a que yazgas con ella; tú no te niegues a participar del lecho de la diosa, para que libre a tus amigos y te acoja benignamente, pero hazle prestar el solemne juramento de los bienaventurados dioses de que no maquinará contra ti ningún otro funesto daño: no sea que, cuando te desnudes de las armas, te prive de tu valor y de tu fuerza. 302 Cuando así hubo dicho, el Argifontes me dio el remedio, arrancando de tierra una planta cuya naturaleza me enseñó. Tenía negra la raíz y era blanca como la leche su flor, llamándola moly los dioses, y es muy difícil de arrancar para un mortal; pero las deidades lo pueden todo. 307 Hermes se fue al vasto Olimpo, por entre la selvosa isla; y yo me encaminé a la morada de Circe, revolviendo en mi corazón muchas trazas. 310 Llegado al palacio de la diosa de lindas trenzas, paréme en el umbral y empecé a dar gritos; la deidad oyó mi voz y, alzándose al punto, abrió la magnífica puerta y me llamó, y yo, con el corazón angustiado, me fui tras ella. Cuando me hubo introducido, hízome sentar en una silla de argénteos clavos, hermosa, labrada, con un escabel para los pies; y en copa de oro preparóme la mixtura para que bebiese, echando en la misma cierta droga y maquinando en su mente cosas perversas. Mas, tan luego como me la dio y bebí, sin que lograra encantarme, tocóme con la vara mientras me decía estas palabras: 320 —Ve ahora a la pocilga y échate con tus compañeros. Así habló. Desenvainé la aguda espada que llevaba cerca del muslo y arremetí contra Circe, como deseando matarla. Ella lanzó agudos gritos, se echó al suelo, me abrazó por las rodillas y me dirigió entre sollozos, estas aladas palabras: 325 —¿Quién eres y de qué país procedes? ¿Dónde se hallan tu ciudad y tus padres? Me tiene suspensa que hayas bebido estas drogas sin quedar encantado, pues ningún otro pudo resistirlas tan luego como las tomó y pasaron el cerco de sus dientes. Alienta en tu pecho un ánimo indomable. Eres sin duda aquel Odiseo de multiforme ingenio, de quien me hablaba siempre el Argifontes que lleva áurea vara, asegurándome que vendrías cuando volvieses de Troya en la negra y velera nave. Mas, ea, envaina la espada y vámonos a la cama para que, unidos por el lecho y el amor, crezca entre nosotros la confianza. 336 Así se expresó; y le repliqué diciendo: —¡Oh, Circe! ¿Cómo me pides que te sea benévolo, después que en este mismo palacio convertiste a mis compañeros en cerdos y ahora me detienes a mí, maquinas engaños y me ordenas que entre en tu habitación y suba a tu lecho a fin de privarme del valor y de la fuerza, apenas deje las armas? Yo no querría subir a la cama, si no te atrevieras, oh diosa, a prestar solemne juramento de que no maquinarás contra mí ningún otro pernicioso daño. 345 Así le dije. Juró al instante, como se lo mandaba. Y en seguida que hubo prestado el juramento, subí al magnífico lecho de Circe. 348 Aderezaban el palacio cuatro siervas, que son las criadas de Circe y han nacido de las fuentes, de los bosques, o de los sagrados ríos que corren hacia el mar. Ocupábase una en cubrir los sillones con hermosos tapetes de púrpura, dejando a los pies un lienzo; colocaba otra argénteas mesas delante de los asientos, poniendo encima canastillos de oro; mezclaba la tercera el dulce y suave vino en una cratera de plata y lo distribuía en áureas copas, y la cuarta traía agua y encendía un gran fuego debajo del trípode donde aquélla se calentaba. Y en cuanto el agua hirvió dentro del reluciente bronce, llevóme a la bañera y allí me lavó, echándome la deliciosa agua del gran trípode a la cabeza y a los hombros hasta quitarme de los miembros la fatiga que roe el ánimo. 365 Después que me hubo lavado y ungido con pingüe aceite, vistióme un hermoso manto y una túnica, y me condujo, para que me sentase, a una silla de argénteos clavos, hermosa, labrada y provista de un escabel para los pies. 368 Una esclava diome aguamanos, que traía en magnífico jarro de oro y vertió en fuente de plata y me puso delante una pulimentada mesa. La veneranda despensera trajo pan, y dejó en la mesa buen número de manjares, obsequiándome con los que tenía guardados. Circe invitóme a comer, pero no le plugo a mi ánimo y seguí quieto, pensando en otras cosas, pues mi corazón presagiaba desgracias. 375 Cuando Circe notó que yo seguía quieto, sin echar mano a los manjares, y abrumado por fuerte pesar, se vino a mi lado y me habló con estas aladas palabras: 378 —¿Por qué, Odiseo, permaneces así, como un mudo, y consumes tu ánimo, sin tocar la comida ni la bebida? Sospechas que haya algún engaño y has de desechar todo temor, pues ya te presté solemne juramento. 382 Así se expresó, y le repuse diciendo: —¡Oh, Circe! ¿Qué hombre, que fuese razonable, osara probar la comida y la bebida antes de libertar a los compañeros y contemplarlos con sus propios ojos? Si me invitas a beber y a comer, suelta mis fieles amigos para que con mis ojos pueda verlos. 388 Así dije. Circe salió del palacio con la vara en la mano, abrió las puertas de la pocilga y sacó a mis compañeros en figura de puercos de nueve años. Colocáronse delante y anduvo por entre ellos, untándolos con una nueva droga: en el acto cayeron de los miembros las cerdas que antes les hizo crecer la perniciosa droga suministrada por la veneranda Circe, y mis amigos tornaron a ser hombres, pero más jóvenes aún y mucho más hermosos. Y más altos. Conociéronme y uno por uno me estrecharon la mano. Alzóse entre todos un dulce llanto, la casa resonaba fuertemente y la misma deidad hubo de apiadarse y deteniéndose junto a mí, dijo de esta suerte la divina entre las diosas: 401 —¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Odiseo, fecundo en ardides! Ve ahora adonde tienes la velera nave en la orilla del mar y ante todo sacadla a tierra firme; llevad a las grutas las riquezas y los aparejos todos, y trae en seguida tus fieles compañeros. 406 Así habló, y mi ánimo generoso se dejó persuadir. Enderecé el camino a la velera nave y a la orilla del mar, y hallé junto a aquélla a mis fieles compañeros, que se lamentaban tristemente y derramaban abundantes lágrimas. 410 Así como las terneras que tienen su cuadra en el campo, saltan y van juntas al encuentro de las gregales vacas que vuelven al aprisco hartas de hierba; y ya los cercados no las detienen, sino que, mugiendo sin cesar, corren en torno de las madres: así aquellos, al verme con sus propios ojos, me rodearon llorando, pues a su ánimo les produjo casi el mismo efecto que si hubiesen llegado a su patria y a su ciudad, a la áspera Itaca donde se habían criado y nacido. 418 Y sollozando, estas aladas palabras me decían: —Tu vuelta, oh alumno de Zeus, nos alegra tanto como si hubiésemos llegado a Itaca, nuestra patria tierra. Mas, ea, cuéntanos la pérdida de los demás. 422 Así hablaban. Entonces les dije con suaves palabras: —Primeramente saquemos la nave a tierra firme y llevemos a las grutas nuestras riquezas y los aparejos todos; y después daos prisa en seguirme juntos para que veáis cómo los amigos beben y comen en la sagrada mansión de Circe, pues todo lo tienen en gran abundancia. 428 Así les hablé, y al instante obedecieron mi mandato. Euríloco fue el único que intentó detener a los compañeros, diciéndoles estas aladas palabras: 431 —¡Ah, infelices! ¿Adónde vamos? ¿Por qué buscáis vuestro daño, yendo al palacio de Circe, que a todos nos transformará en puercos, lobos o leones para que le guardemos, mal de nuestro grado, su espaciosa mansión? Se repetirá lo que ocurrió con el Ciclope cuando los nuestros llegaron a su cueva con el audaz Odiseo y perecieron por la loca temeridad de éste. 438 Así dijo. Yo revolvía en mi pensamiento desenvainar la espada de larga punta, que llevaba a un lado del vigoroso muslo, y de un golpe echarle la cabeza al suelo, aunque Euríloco era deudo mío muy cercano; pero me contuvieron los amigos, unos por un lado y otros por el opuesto, diciéndome con dulces palabras: 443 —¡Alumno de Zeus! A éste lo dejaremos aquí, si tú lo mandas, y se quedará a guardar la nave: pero a nosotros llévanos a la sagrada mansión de Circe. 446 Hablando así, alejáronse de la nave y del mar. Y Euríloco no se quedó cerca del cóncavo bajel pues fue siguiéndonos, amedrentado por mi terrible amenaza. 449 En tanto Circe lavó cuidadosamente en su morada a los demás compañeros; los ungió con pingüe aceite, les puso lanosos mantos y túnicas; y ya los hallamos celebrando alegre banquete en el palacio. Después que se vieron los unos a los otros y contaron lo ocurrido, comenzaron a sollozar y la casa resonaba en torno suyo. La divina entre las diosas se detuvo entonces a mi lado y me habló de esta manera: 456 —¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Odiseo, fecundo en ardides! Ahora dad tregua al copioso llanto: sé yo también cuántas fatigas habéis soportado en el ponto, abundante en peces, y cuántos hombres enemigos os dañaron en la tierra. Mas, ea, comed viandas y bebed vino hasta que recobréis el ánimo que teniáis en el pecho cuando por primera vez dejasteis vuestra patria, la escabrosa Itaca. Actualmente estáis flacos y desmayados, trayendo de continuo a la memoria la peregrinación molesta, y no cabe en vuestro ánimo la alegría por lo mucho que habéis padecido. 466 Así dijo, y nuestro ánimo generoso se dejó persuadir. Allí nos quedamos día tras día un año entero y siempre tuvimos en los banquetes carne en abundancia y dulce vino. 469 Mas cuando se acabó el año y volvieron a sucederse las estaciones después de transcurrir los meses y de pasar muchos días, llamáronme los fieles compañeros y me hablaron de este modo: 472 —¡Ilustre! Acuérdate ya de la patria tierra, si el destino ha decretado que te salves y llegues a tu casa, de alta techumbre, y a la patria tierra. 475 Así dijeron, y mi ánimo generoso se dejó persuadir. Y todo aquel día hasta la puesta del sol estuvimos sentados, comiendo carne en abundancia y bebiendo dulce vino. Cuando el sol se puso y sobrevino la obscuridad, acostáronse los compañeros en las obscuras salas. 480 Mas yo subí a la magnífica cama de Circe y empecé a suplicar a la deidad que oyó mi voz y a la cual abracé las rodillas. Y, hablándole estas aladas palabras le decía: 483 —¡Oh, Circe! Cúmpleme la promesa que me hiciste de mandarme a mi casa. Ya mi ánimo me incita a partir y también el de los compañeros, quienes apuran mi corazón, rodeándome llorosos, cuando tu estás lejos. 487 Así hablé, y la divina entre las diosas contestóme acto seguido: 488 —¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Odiseo, fecundo en ardides! No os quedéis por más tiempo en esta casa, mal de vuestro grado. Pero ante todas cosas habéis de emprender un viaje a la morada de Hades y de la veneranda Perséfone, para consultar el alma del tebano Tiresias, adivino ciego, cuyas mientes se conservan íntegras. A él tan sólo, después de muerto, dióle Perséfone inteligencia y saber; pues los demás revolotean como sombras. 496 Así dijo. Sentí que se me partía el corazón y, sentado en el lecho, lloraba y no quería vivir ni ver más la lumbre del sol. Pero cuando me harté de llorar y de dar vuelcos en la cama, le, contesté con estas palabras: 501 —¡Oh, Circe! ¿Quién nos guiará en ese viaje, ya que ningún hombre ha llegado jamás al Hades en negro navío? 503 Así le hablé. Respondióme en el acto la divina entre las diosas: 504 —¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Odiseo, fecundo en ardides! No te dé cuidado el deseo de tener quien te guíe el negro bajel: iza el mástil, descoge las blancas velas y quédate sentado, que el soplo del Bóreas conducirá la nave. Y cuando hayas atravesado el Océano y llegues adonde hay una playa estrecha y bosques consagrados a Perséfone y elevados álamos y estériles sauces, detén la nave en el Océano, de profundos remolinos, y encamínate a la tenebrosa morada de Hades. Allí el Piriflegetón y el Cocito, que es un arroyo del agua de la Estix, llevan sus aguas al Aqueronte; y hay una roca en el lugar donde confluyen aquellos sonoros ríos. 516 Acercándote, pues, a este paraje, como te lo mando, oh héroe, abre un hoyo que tenga un codo por cada lado; haz en torno suyo una libación a todos los muertos, primeramente con aguamiel, luego con dulce vino y a la tercera vez con agua, y polvoréalo de blanca harina. Eleva después muchas súplicas a las inanes cabezas de los muertos y vota que en llegando a Itaca, les sacrificarás en el palacio una vaca no paridera, la mejor que haya, y llenarás la pira de cosa excelente, en su obsequio; y también que a Tiresias le inmolarás aparte un carnero completamente negro que descuelle entre vuestros rebaños. Así que hayas invocado con tus preces al ínclito pueblo de los difuntos, sacrifica un carnero y una oveja negra, volviendo el rostro al Erebo, y apártate un poco hacia la corriente del río: allí acudirán muchas almas de los que murieron. Exhorta en seguida a los compañeros y mándales que desuellen las reses, tomándolas del suelo donde yacerán degolladas por el cruel bronce, y las quemen prestamente, haciendo votos al poderoso Hades y a la veneranda Persefonea; y tú desenvaina la espada que llevas cabe al muslo, siéntate y no permitas que las inanes cabezas de los muertos se acerquen a la sangre hasta que hayas interrogado a Tiresias. 538 Pronto comparecerá el adivino, príncipe de hombres, y te dirá el camino que has de seguir, cual será su duración y cómo podrás volver a la patria, atravesando el mar en peces abundoso. 541 Así dijo, y al momento llegó Eos, de áureo trono. Circe me Vistió un manto y una túnica; y se puso amplia vestidura blanca, fina y hermosa, ciñó el talle con lindo cinturón de oro y velo su cabeza.

by Fatima Kaadouchi Kaadouch
1

¿Quien era el capitan de la segunda sección?

2

¿Qué hacia Circe en el momento que los hombres se acercaron a su palacio?

3

¿ En qué les transformó Circe a los hombres que entraron con ella?

4

¿Qué tiene de especial la planta moly?

5

¿Qué le pidió Odiseo a Cice en el momento en que no quería comer?

6

¿Cómo debía hacer Odiseo la libación a los muertos?

7

¿Quien acompañó a Odiseo a liberar a sus compañeros?

8

¿De qué estaba construido el palacio de Cice?

9

"...No me lleves allá, mal de mi grado; déjame aquí..." Quien dijo estas palabras?

10

¿Cuanto tiempo estuvieron Odiseo y sus compañeros en el palacio de Circe?

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